miércoles, abril 22, 2009

Entrevista a Walter Iannelli | Segunda Parte

¿Tiene en mente a un lector “tipo” al momento de elegir las palabras para un escrito?

No, o sí, otra vez. En verdad pienso en un lector parecido a mí, y escribo aquello que supongo me gustaría estar leyendo o, como pareciera obvio pero no siempre lo es, lo que me interesa escribir.
Las palabras elegidas para escribir obedecen casi siempre a necesidades de la obra, al tono, a la construcción de identidad de la voz narrativa, a la estructura elegida para narrar un determinado episodio, a la búsqueda de un ritmo propio para cada situación o a la variación de esos ritmos en relación a lo que se está contando, es decir, en suma, supongo que a cuestiones de oficio.
Sin embargo todas esas variables, inevitable y creo que felizmente, son procesadas por la cabeza de cada quien que escribe, con su vida, su lenguaje y con su retórica a espaldas, y de eso estimo deviene el modo de escribir de cada uno.

Se entiende que un autor puede desarrollar un estilo propio o rasgos distintivos, y ése camino me resulta más interesante que el de buscar un lector que ya obedezca a determinados códigos. Prefiero ir por el intento de inventar a un lector para mis textos, en definitiva, aunque resulte un camino mucho más difícil y a todas luces menos redituable en sentido práctico.

En Metano se puede observar una predilección por el realismo como forma de expresión, ¿lo ve como una constante en su obra?

Preferiría no hablar de realismo en Metano, sino de un tratamiento de la realidad que consistiría en un progresivo estiramiento de sus límites. Una “realidad estirada” que explore los bordes de sí misma en la búsqueda de aquellos lugares o momentos que sin llegar a ser fantásticos pueden parecerlo de tan absurdos o impensados. En el prólogo a “La línea de Sombra”, esa magnífica novela de Joseph Conrad, el mismo autor se encarga de hacernos notar que la realidad es tan compleja y que sabemos tan poco de ella, que si nos animamos a explorarla no haría falta inventar argumentos fantásticos para que una historia nos inquiete y sorprenda. La duda metafísica y la ingenuidad son de algún modo madres y herramientas fundamentales para esta exploración, que a veces tiene resultados inesperados.

De cualquier modo, si Metano pudiera inscribirse en la categoría de libros realistas, diría que no es una constante en mi obra, al menos la cuentística. Mi libro de cuentos anterior, “Alguien está esperando” propone algunos juegos donde lo fantástico aparece en muchos textos. Siempre me interesaron las formas en que el elemento fantástico era introducido por determinados autores en su obra. El fantástico liso y llano puro y desmesurado de S.King, El fantástico ambiguo que aparece progresivamente en la realidad cotidiana de Cortázar, el fantástico del entresueño y la vigilia de Borges y Macedonio, El realismo mágico de Rulfo, la realidad contaminada de Salinger, de Onetti y Faulkner, lo fantástico desde la imposibilidad de Kafka y el fantástico ingenuo de Bradbury, por ejemplo. Son todos modos de acercarse al fantástico, que para mí no es otra cosa que explorar la realidad. En la intención descarada de copiarlos a todos y a cada uno escribí y busqué –y busco, debería decir- mis propias herramientas para no hacer otra cosa que especular acerca de la naturaleza de la realidad. Sin ir más lejos, mi última novela, aún inédita, se llama “La invención de lo real”. Quizá, entonces, la apuesta estética cifrada en Metano esté en la intención de trabajar un registro que no inserte “lo extraño” de un modo imprevisto, tajante y puntual, sino que aquello extraño o inquietante se vaya naturalizando, “realizando” podríamos decir, en forma paulatina, contaminando de a poco de la subjetividad, el pensamiento mágico y la, para usar un término sicoanalítico, propia fantasmática de los personajes. Para el caso, Sanpaku, mi primera novela, tuvo esa guía como estímulo.

Metano tiene un anclaje en las relaciones interpersonales, ya sea hacia el interior de una pareja, entre colegas, entre sujetos con diferentes niveles de poder. ¿Cuáles piensa que son sus temas recurrentes? Aquellos que lo obsesionan.

Otra linda pregunta (siempre las preguntas lindas son las más difíciles de contestar).
Trataré de hacer un listado de temas que me obsesionan u obsesionaban (confieso que para hacer este ejercicio tuve que pensar en lo que había escrito):

1) El deseo desplazado. Esa cosa de que siempre queremos lo que tiene el otro, y cuando obtenemos lo que tiene el otro queremos lo que tiene el otro de más allá, y así indefinidamente.
2) Como dije, la naturaleza de la realidad (incluidos los universos paralelos, la posibilidad de que seamos otros en “otros lados”).

3) Las relaciones entre personas (parientes y no). Vínculo, poder y sometimientos varios.

4) Los niños, su tiranía, su fragilidad, su sufrimiento, su capacidad para ser todo el tiempo aquello que nosotros adultos nos esforzaremos mucho por alcanzar a ser algún día.

5) Lo increíblemente a mano que está para nosotros la posibilidad de disponer de la vida de otra persona.

6) La fe y los dilemas de la religión. La culpa, los mandatos y la necesidad de un dios.

7) La probable existencia del amor o la necesidad de inventarlo emocional y conceptualmente en el caso de que no existiera.

8) La imposibilidad o la posibilidad de que todo se complique a extremos indecibles (éste me quedo de Kafka –también, viviendo en Argentina…).

9) La paradoja en todas sus formas.

10) La idea de que alguien pueda estar pagando con su sufrimiento la felicidad de otro, como un modo de sostener un orden cósmico.

11) El miedo, siempre el miedo en todas sus formas.

12) Coger y Morir, que, como decía Pizarnik, no tienen adjetivos.


¿Cuáles reconoce como sus principales influencias contemporáneas y por qué?

No tan contemporáneos, fueron parte de mi formación entre los que no nombré el sueco Sam Ludwal, Stig Dagerman, Raymond Carver, Conrado Nalé Roxlo (un monstruo autóctono de exquisita escritura y humor), José Donoso ( por su mirada panorámica y su capacidad para hacerme vivir lo que estaba leyendo), Joaquín Giannuzzi (un poeta que creo que todo narrador debería leer, por la virtud de unir los mundos aparentemente disociados de la cosmogonía poética y la cosa cotidiana con un discurso brutal y bello a la vez), Úrsula Le Guin (porque toda su literatura es “una mano izquierda de la oscuridad”), Plilip Dick, Philip Farmer, Arthur Clarke, Haroldo Conti (otro monstruo de los nuestros).

De los más contemporáneos una breve lista:
Marcelo Cohen, porque me interesa su búsqueda a través del trabajo sobre el lenguaje y los argumentos.
Paul Auster, forma y contenido, sin aspavientos.
Abelardo Castillo, por mantener la despreocupación por la moda y la solidez de los grandes cuentistas.
Mis amigos Alberto Ramponelli y Emilio Matei, dos narradores estupendos.
Rogelio Ramos Signes, porque aún estoy tratando de plagiar su nouvelle “En los límites del aire, de Heraldo Cuevas”.
Juan José Saer (a veces hay que leer 100 páginas para que explote, pero cuando explota uno entiende para qué se escribieron esas 100 páginas).
Algunos intentos de Aira y Laiseca, capaces de escribir cosas tan buenas como tan malas.
Y seguirían muchos más.

¿Qué está leyendo hoy por hoy?

Dos regalos que me hicieron. Uno de mano del editor: El Canon de Leipzig de Luis Sagasti (lo acabo de terminar, me gustó mucho). El otro de manos del autor: Guerrilleros, una salida al mar para Bolivia, de Rubén Mira (recién lo empiezo y me encanta).